29.9.12

Padre ciervo.


He renacido en el bosque cubierta de musgo, de corteza y de hielo. He abierto los ojos y los últimos rayos de sol del día han rasgado mis pupilas. He sentido el aliento helado del invierno en mis labios, he  recordado el sabor del vino, del pan, de la fruta fresca en las mañanas calurosas, como un sueño lejano y difuso. He sentido un latido profundo y espeso como el barro y la sangre bajo la tierra, y la búsqueda de aire de mis pulmones desesperados. He renacido en el bosque ahogada en verdad, he oído el grito sordo de la vida y el rumor de los ríos, el cantar de los pájaros como risas crueles, los cascabeles de los espíritus sin nombre, y me han perforado los ojos atentos de los que habitan el mundo siempre escondidos, horadando mi carne blanca y herida. He renacido en el suelo cubierta de musgo, de corteza y de hielo, como un animal moribundo, como una presa de las flechas del Caos. Recuerdo las hogueras y los bailes, las telas de lino blanco a mi alrededor, el cielo acercándose a mi y el vértigo aterrador. Los faunos me han arrancado la ropa y la han quemado, me han regalado una piel parda de venado, y me han llevado hasta mi padre. Sus corona es dorada y sus ojos dos lunas, dos lunas naranjas de septiembre. Se ha acercado a mi con sus pezuñas de acero y me ha besado en la frente, ha enredado flores en mi pelo, ha parado el tiempo y me ha acercado a su pecho enseñándome el camino, tatuando en mi corazón una brújula. Me ha llamado hija y me ha acunado hasta quedarme dormida. Ahora los ciervos se han ido, y yo he renacido en el bosque. 





18.9.12

Eramos jóvenes....

....y la revolución nos llamaba. El fuego ardía en nuestras entrañas y quería describir parábolas en el cielo, pero nos atrapó la realidad en las barricadas. El fuego iluminaba nuestros rostros, los rostros de niños rabiosos e indomables, ingenuos y soñadores, de niños valientes sin miedo a nada. Nos rodearon los brazos de la incertidumbre, fuimos presas del horror arrastrados por la policía, encerrados en los calabozos, reprimidos y desolados, llorando nuestra rabia en las almohadas. Nuestros moratones fueron heridas de guerra, y nos recordaban que cada día era una batalla, que la lucha duraría toda la vida, hasta el mismísimo día de nuestra muerte. Las miradas de reprobación nunca nos hicieron desistir, solo alimentaron nuestras ansias de demostrar que teníamos razón, y volvimos a intentarlo, una vez mas, siempre una vez mas, con las manos llenas de amor y de rabia, de bengalas y cócteles molotov, de adoquines rotos. Muchos compañeros se quedaron atrás, besando el suelo entre nuestros gritos desquiciados, y otros tan solo decidieron cambiarse de bando. Y cuando creímos que todo estaba perdido, cuando menos esperanza nos quedaba, descubrimos el sabor de la venganza en nuestros labios, y entonces fuimos peligrosos, tanto como ellos temen, ya no teníamos nada que perder. Porque eramos jóvenes y la revolución nos llamaba, somos jóvenes y la revolución nos llama, teníamos que hacerlo porque era nuestro momento, tenemos que hacerlo porque no nos quedan mas opciones.